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DE OREJAS VA LA LEYENDA

Relato 5

 

En aquellos tiempos, quizás no tan lejanos, existía un pueblo, conocido por sus lugareños como Tonitrus* de Somoza, nombre heredado, de cuando los romanos rondaban al pie del Teleno montando más ruido que los truenos. Pues como iba diciendo, existía por aquel entonces un pueblo en el que no  se escuchaban las pisadas de las vastas suelas de los viandantes, ni el sonido de las moto sierras, ni las bocinas de los coches ni nada que pudiera vislumbrarse industrial. Por el contrario, se podía escuchar la suavidad de las caricias, el roce de los cuerpos con el aire, la textura de los campos. Y es que el poder del silencio podía con los abrumadores ruidos y no había quien se resistiera a parar en aquellos parajes a contemplar la belleza del sigilo. Y en esas estaba el pueblo, envuelto en su mudez ensordecedora cuando llegó por allí Nico, un niño robusto, díscolo, de pelo rizado, más romano que maragato, que mascaba chicle con la boca abierta y gritaba de alegría o de ansia cada vez que jugando a un videojuego, como si de un “insert coin” se tratara, se reiniciaba la partida. Pues andaba por aquel entonces, muy a su pesar, Nico con su abuela, natural de aquel lugar. Y ya se podrán imaginar cómo alguien que vive en el ruido puede hacerse al silencio. Nico probaba con todo, hacer ruido con la cuchara en el desayuno, golpear las cazuelas como si las moscas estuvieran en ellas, tocar la chifla a la hora de la siesta, meterse nueces por la nariz para roncar sin desliz, colocar cencerros en las puertas de las casas para que su sonido despertara a las vacas y a las terneras y de paso a los sapos, meter azúcar en los motores (había escuchado en alguna canción que el escándalo sería atroz), pero ¿qué creéis que pasó? Pues sucedió, que de tanto intentar escuchar ruido y de tanto encontrarse con el silencio, Nico se acostumbró a él. Y cuenta la leyenda, que Nico se quedó sin orejas, porque de no haber sabido apreciar los sonidos de la naturaleza se quedaban sin sentido los orificios auditivos.

Y dicen, que desde entonces, a aquellas tierras que presumen de leonesas solo se acerca gente a disfrutar de las sutilezas del sonido, dejando el ruido a las puertas por miedo a perder las orejas.

Y añado; porque de lo contrario os estaría engañando, que al sigiloso villorrio ya no le llaman Tonitrus, se perdió ese título como tantas otras cosas en la memoria de sus gentes. Solo sabemos que es de la Somoza, así que por no tentar a la suerte seamos prudentes. Y con todo, dicen, y cuentan, pues no hay mal que por bien no venga ,que ya somos muchos que  aun con orejas escuchamos a la naturaleza.