Seleccionar página

DE LABERINTOS Y CAZOLETAS

Relato 22

Todo esto era para volver a espiar a las tiñosas que de incógnito se bebían a tragos el agua bendita de los cenobios. Yo me refugié en los templos de la comarca y en los cuerpos obscenos de sus desdentadas gárgolas. Estuve aletargado de nieve en las cumbres heladas de mi morada como a milenio y medio de distancia de los pesares simples de los hombres y de su ruina. Ahora que los tengo delante se me antojan pequeños y olvidadizos, ajenos a mi mundo de semidiós aburrido y profundamente tangenciales y prescindibles. No desprecio al ser humano y su tumulto y casi admiro su vano empeño de ser perdurable, pero no comulgo con su esperanza vana sin fondo ni con su manía obcecada de autodestrucción. Ahora seguiré mi rumbo por entre las rúas de este sueño de maragatos cuando también eran los hijos lejanos de Macondo, donde crujían los terremotos del amor por dentro de las casas. Seguiré buscando a mi amada única entre las calles angostas y supurando mis heridas dolientes y grandes como toronjas.  Aparecí entre la multitud achispada de un baile de disfraces. Era un concurso. Ganó una mujer con un extraño corsé de estrellas y una máscara. La mujer del antifaz dejó por todo su camino de huida un reguero de rayos como de sol fundido. Desde ese día persisto en mi empeño de encontrar a aquel rostro desconocido más propio de mi hábitat paradisíaco que de este inframundo. Desde ese día sigo sus huellas de oro, piso con cuidado por donde ella pisó y mis zancadas se golpean siempre contra el mismo muro. Ni rastro de la lisérgica muchacha.  De cabeza contra la misma pared. Dejé mi martillo junto al suelo seco y afligido, relajé mis manos para adueñarme del misterioso temblor que me aquejaba.  Andaba ya desesperado de encontrarla, comenzando a creer que había sido tan solo el fruto de un sueño travieso cuando alcé la vista al cielo buscando ayuda y mis ojos tropezaron con una imagen del todo extraña: Ropa interior femenina colgando de una reja. Mi sorpresa aumentó cuando supe que se trataba de la iglesia de Santa Marta y que la ventana de donde pendían aquellas atrevidas prendas correspondía ni más ni menos que a la Celda de las Emparedadas. Quise conocer la identidad de la mujer que habitaba aquel cubículo. Se llamaba Muniadona Moure y evidentemente era un seudónimo. Nuestro amor es imposible. Marvel y DC siguen irreconciliables. Pero no me importa. Me conformo con saber que está ahi, al otro lado de la reja. Ahora todas las monjas de clausura de los conventos de la Somoza cosen para mis talleres el exiguo traje de Wonder Woman. Se han puesto de moda los push-up con motivos de petroglifos del  Teleno. Laberintos y cazoletas en vez de barras y estrellas. En cuanto a mí, nevaba más antes. Y antes de antes mucho más. Cuando era tan solo un dios o cuando fui un monte. Esta es mi historia. Algunos, muy pocos, dicen que soy Thor el nórdico. Pero ya no importa. Ahora soy Teleno, la corsetería.