LA LEYENDA DE LABOR DE REY
Relato 7
El caballo de vapor había ido enmudeciendo el ruido de los cascos de las mulas. Con la llegada del progreso los vecinos del pueblo maragato de Labor de Rey tuvieron que dedicarse a otros oficios distintos de la arriería y, al final, mudar sus hogares. El pueblo inevitablemente se fue despoblando hasta quedarse como se encuentra hoy, totalmente abandonado.
Pero, en realidad, nunca se quedó del todo vacío, puesto que entre sus ruinas todavía deambula aquella alma desolada que ya lo hacía por el pueblo desde tiempo inmemorial. Aquella alma de la que algunos vecinos habían oído sus lamentos y otros habían incluso presenciando sus desvelos. Su historia había sido contada por juglares y trovadores…
Dice la leyenda que
durante las noches en las que la Luna se ausentaba del cielo retornaba el eterno arriero. Cuentan que en el Medioevo vivía en Labor de Rey un joven recuero
-perteneciente a una poderosa familia de la comarca de
Somoza cuya casa de piedra con portón arqueado daba fe de ello- que se había enamorado de una joven, casi niña, de una familia tan humilde
que vivía bajo un techado de paja sin heno.
Aquellos enamorados no entendían de distinciones sociales, prohibiciones familiares ni nobles estamentos, sólo de amor y sentimientos.
Antes de emprender el viaje con su recua de mulas para traer valiosas mercancías y salazones gallegos, la joven se despidió entre sollozos mientras él la animaba diciendo que cuando regresara le regalaría una vistosa arracada para adornar su cuello
junto al pañuelo de casada para desposarla luego.
Mientras, lejos, el honrado arriero protegía el valor de su cargamento, en su ausencia no pudo proteger a su amada del tormento.
Tras varias jornadas de quebrantos y sufrimientos, pudieron con ella la debilidad provocada por las altas fiebres
aparecidas con las primeras nieves del invierno.
A la pobre niña le dieron sepultura vestida con su pobre falda de paño amarilla, un pañuelo blanco a la cabeza y una endeble gargantilla.
Cuando el joven recuero retornó al pueblo y fue conocedor de las malas nuevas,
enloqueció de pena y al poco murió de desasosiego.
Sepultura también le dieron ataviado con sus bordados y ricos ropajes
pero en un lugar privilegiado del cementerio.
Dice la leyenda que
en las noches en las que la Luna se ausenta del cielo, se oyen los primeros sones de un tamboritero
que anticipan los suspiros del enamorado, el sonido seco de las ruedas
y los pesados pasos de las bestias sobre el empedrado.
El joven arriero con capa y sombrero de ala ancha por el camino principal del pueblo
acompaña a su amada muerta, yacente en la recua, hasta el umbral del templo.
Hoy en día, de esta iglesia de Labor de Rey tan sólo queda su espadaña, y su camino ancho está cubierto por maleza y matorrales. Aviso a caminantes y peregrinos: ¡Que no os engañe el silencioso pueblo! ¡Esperad a que lleguen las noches oscuras de Luna ausente del cielo!