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EL SEMBRADOR DE SUEÑOS

Relato 4     

 

Cuenta la leyenda que Pedro nació cuando florecían las amapolas y que la sangre que su madre perdió en el parto regó la tierra de los campos de aquel pueblo de la Somoza.

Pedro creció como crecen todos los niños que tienen la suerte de nacer en un pueblo. Cada mañana iba a la escuela y al salir de clase se entretenía tirando piedras al río, o simplemente observando el sol entre las paleras que había en el camino.

Pero había algo que diferenciaba a Pedro de los demás niños; al romper la primavera, en sus mejillas, habitualmente coloradas por el aire que curtía su rostro, aparecía la marca de un corazón. Los niños de la escuela se reían de él con esas cosas propias de la más tierna infancia. Pero a Pedro nunca le importó, decía que era una marca de AMOR, de ese amor que su madre le daba desde el mismo momento en que sola y sobre la tierra roja y árida le dio su primer abrazo,

Pasaron los años y Pedro se hizo un hombre y comenzó a cultivar los campos que había heredado de su madre. En ellos crecían las amapolas más rojas de toda la comarca, y él las trenzaba entre gavillas de paja pera adornar la fachada de su casa.

Con el tiempo Pedro empezó a sentirse solo y a medida que aumentaba su tristeza las amapolas iban perdiendo su intenso color.

Un buen día llamó a su puerta una peregrina pidiendo agua. Era una mujer madura; su pelo largo y blanco resbalaba sobre sus hombros, moviéndose al capricho del viento. La palidez de su cara y el níveo azul de sus ojos contrastaba con el curtido rostro de Pedro.

Entusiasmado por la inesperada visita, la invitó a compartir una cena frugal. La noche era calurosa, como suelen ser las noches de un agosto ya avanzado, y juntos salieron al campo a ver las estrellas.

A la mañana siguiente la mujer se despidió y Pedro continuó cultivando sus campos intentando aplacar su soledad.

Habían pasado tres semanas y Pedro seguía recordando la visita de aquella mujer, y se sentía cada vez más solo en aquella casa.

Entonces escribió una palabra en un trozo de papel y lo arrugó. Salió de la casa e hizo un hueco  en la tierra  para  poder  enterrarlo.

Pensó, que si todo florecía… tal vez aquella palabra también crecería allí. Pasó una semana, dos, y tres, y al tercer día de la cuarta semana, ni tallo asomaba de aquel trozo de tierra donde pedro había enterrado su palabra. Enfadado, escarbó con las manos para desenterrar el trozo de papel. Cuando al fin lo encontró… vio que las letras se habían borrado, y en vez de la palabra AMOR, había un corazón pintado de color rojo amapola. Se incorporó para volver a la casa y, al girarse, vio a la mujer del pelo blanco y los ojos níveos junto a él. Llevaba en las manos un trozo de papel, en el que alguien había escrito, la palabra AMOR.