TRIBUTO ETERNO
Relato 2
…..el vigía colocado en la cima de la montaña es el único que se da cuenta de él (…).Este con gritos y señas manda evacuar, al tiempo que desciende rápidamente. La montaña, resquebrajada, se derrumba por sí misma, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana, así como un increíble desplazamiento de aire. Los mineros contemplan el derrumbe de la Naturaleza …)
(“Historia natural” -Plinio el viejo-).
Aquella mañana en la Fucarona todo discurría con la normalidad habitual. Las reparaciones de las fugas detectadas en los canales que desde el rio Argañoso transportaban el agua a la explotación aurífera habían finalizado el día anterior. Taranos subió hasta alcanzar la cima de la corta principal y esperó a que el vigía comprobara el desalojo de los trabajadores para proceder al vaciado de los depósitos, que estaban a punto de desbordarse debido al repentino aumento de caudal. Descubrió a sus hermanos Fabio y Spurio entre los obreros que abandonaban apresuradamente la ladera escavada por donde tenía que discurrir el torrente de agua, y una media sonrisa se le dibujó en el rostro, casi eran unos niños pero ellos se sentían orgullosos de poder trabajar junto a su hermano mayor y así, poder contribuir a recuperar la empobrecida economía familiar. Los gritos del vigía aun resonaban cercanos, cuando sin previo aviso un estallido semejante al latigazo de un enorme trueno estremeció la explotación y una enorme grieta comenzó a extenderse por el muro de contención de una de las albercas situadas a escasos metros por debajo de donde se encontraba Taranos. No le dio tiempo a nada, la presión del agua acabó por desintegrar la pared y miles y miles de litros se precipitaron como una monstruosa cascada montaña abajo, llevándose con ella toda la piedra y tierra que había sido excavada. Taranos vio al guía desaparecer tras la enorme lengua de barro que el derrumbe de la montaña había provocado y taponó sus oídos ante los gritos de los trabajadores que corrían desesperados ladera abajo. No supo el tiempo que pasó hasta que el silencio junto a la desolación volvió a la Fucarona, solo recuerda sus manos aferradas con fuerza a su cabeza, su mirada incrédula y fija en las toneladas de material acumulado en la falda de la montaña y su angustioso descenso gritando el nombre de sus hermanos a la vez que rogaba al Dios Teleno un milagro que sabía imposible.
Ciento cuarenta y ocho hombres fue el tributo que se cobró la montaña herida aquel día. Taranos los conocía, la mayoría provenían al igual que él, del cercano paraje denominado “Soldán”, algunos de los cuerpos pudieron ser rescatados, casi todos mutilados, de otros, como los de sus hermanos, nunca supieron. El olor a carne putrefacta impregno durante mucho tiempo el lugar y los trabajadores del lavadero a pesar de las amenazas de los legionarios se negaron a remover las piedras de aquel derrumbe que escondían además del oro, los cuerpos de sus compañeros.
Hoy en día, son muchos los habitantes de la zona que atestiguan haber oído los lamentos de las almas, que aun por allí vagan, en los amaneceres en que el Teleno desliza su frio aliento.