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Sentada frente a Casa Colomba, viendo el mundo girar bajo sus pies, la niña cierra los ojos y se deja llevar por la infinita casualidad de estar viva.

La niña no tiene inspiración. Ya no logra ver los arboles de tonalidades turquesa, ni el viento traslucido jugando con su cabello. No siente el toque efímero de las hadas, ni la caricia lejana del sol dorado. El mundo ha perdido la magia. La niña ha perdido su mirada. Sus ojos ven sin observar, sus dedos tocan sin sentir y su corazón late sin querer, como un autómata sin nada que perder.

Preguntas que antes revoloteaban en su cabeza se pierden en la obscuridad del olvido. El origen de las estrellas, la naturaleza del éter, lo ilógico del sentido… todos enigmas sin responder que desaparecen sin dejar rastro, como las olas cuyo murmullo es silenciado por la noche. El entusiasmo que antes animaba sus veladas se reduce a un recuerdo, un lejano placer que algún día sintió y que ahora hiela su sangre de nostalgia.

La niña no tiene inspiración. Chispas incandescentes, figuras de humo y duendes danzantes rodean su triste semblante. Pero ella no aprecia los colores imposibles que envuelven su realidad. Ella no entiende los cantos melodiosos escondidos en la brisa. Su mente divaga en un desierto lejano, donde no existe dolor ni alegría, ni compasión ni crueldad.

Lejos, muy lejos de esa realidad, se encuentran los recuerdos de un mundo mejor, donde su cuerpo lleno de energía bailaba a la luz del sol. Recuerdos compuestos de ópalo y nácar, de belleza onírica y paisajes imposibles.

¿Cuándo comenzó a mal funcionar la fábrica de tan bellas memorias? Tal vez estaba dañada incluso antes del nacimiento de la niña. Tal vez el dolor del exilio y la amargura de la violación tiñeron su sangre desde el momento de su concepción. Tal vez el veneno que una vez recorrió las venas de su madre impregnó su pequeño ser con un destino gris, monótono, insoportable. O bien fue algo más tardío, una muerte inesperada, un vagabundear eterno, hambre y frío, sangre y dolor.

No. La perturbación comenzó después, mucho después de los trágicos eventos que rodearon su nacimiento. Comenzó con un pequeño pellizco en el corazón, un susurro lejano y fatal: el anuncio del fin del sueño. No fue una desgracia, ni algo fuera de lo común. No fue un accidente, ni un evento contingente. Fue algo tan sencillo como peligroso, tan bello como dañino: los años que borran todo a su paso.

El tiempo inexorable marcó el fin de la magia. La niña no tiene inspiración. Ya no es niña. Pero en el fondo, lejos, dentro de su ser, espera que un milagro devuelva la alegría.

Sentada frente a Casa Colomba, viendo el mundo girar bajo sus pies, la niña cierra los ojos y se deja llevar por la infinita casualidad de estar viva.