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¿Quién dice que un pajar nunca puede evolucionar y convertirse, con el paso del tiempo, en un lugar mágico, misterioso y subyugante a su vez?

Si hay alguien, verá que está totalmente equivocado si se aposenta en la Casa Colomba, en la maragatería leonesa, un lugar increíble e irrepetible.

Y no sólo porque donde antes se almacenaban pacas de paja, ahora se aposenten cómodamente personas con mascotas si ha lugar. No sólo porque donde los aperos de labranza descansaban apoyados en sus paredes, ahora albergan éstas una chimenea que además de calor hace acogedor el lugar, estanterías con libros, TV y accesorios de cocina,…

Es también por la influencia del Río Turienzo que discurre en su cercanía y sus…

Esos “sus” dependen de cada uno de los viajeros que rindan sus cuerpos en dicha casa rural y su actitud y aptitud personal.

Lo que si puedo deciros es que a nadie dejará indiferente su estancia en dicho pajar. Unos recordarán sus años de infancia cuando ir “al pueblo” los veranos e, incluso, por Navidad, era el mejor destino al que podían aspirar. Y el que no tenía pueblo, era digno de compasión o, más bien, de lástima.

Otros recordarán sus años de infancia y de escuela, antes de partir de su pueblo natal, para la ciudad con el objetivo de hacerse un hombre de provecho y no un eterno “destripa terrones como lo soy yo, tu padre y lo eran tu abuelo y tu bisabuelo, que en gloria estén”.

A algunos, inclusive, el olor a paja les recordará sus primeros lances amorosos transgresores e inconfesables, en aquellas épocas en que un beso y un baile “agarrao” ya eran casi pecado. ¿O sin el casi?

No quiero aburriros y menos aún deseo que los seres que durante el día se desperezan por el Turienzo, llegando hasta el Río Tuerto en el que afluye y que por las noches se recogen entre las paredes de la Casa Colomba, prestándole su protección y sosiego, ayudando a conciliar el sueño a los visitantes, se puedan incomodar conmigo.

Incluso sé, de buena tinta, que algunas parejas que llegaron a dicha casa a punto de convertirse en desparejas, después de su estancia, han partido mucho más enamoradas que nunca antes lo habían estado y que su futuro saben será seguir juntas.

Sí, algunos les llamaréis duendes, otros pensareis que son hadas, aquellos incluso gnomos. Da igual. Imaginadlos como queráis, pero tened por seguro que todos y cada uno de vosotros estaréis en lo cierto. Hacen de la casa su lugar de retiro. Desde ella  expanden sus efluvios beneficiosos a los que paran entre sus cuatro paredes.

Y si sois perspicaces, cuando os encontréis junto al fuego de la chimenea, con vuestra mascota a los pies, escucharéis, entre el crepitar de la leña, alguna risita, algún cuchicheo, por su chimenea de excelente tiro, que hará levantar las orejas al lebrel.