Sobre un centenario pajar se levantaba una fortaleza “Casa Colomba” que daba albergue a los transeúntes que admiraban un pueblo próspero, donde sus habitantes habían formado cooperativas de trabajo y contaba hasta con un hospital. También había un banco donde los vecinos guardaban sus ahorros y pedían créditos para ampliar sus negocios o cambiarse de casa. La economía iba viento en popa y la gente se endeudaba con préstamos a largo plazo, confiando en que no tendrían problemas para devolver el dinero. El banco concedía alegremente cientos de hipotecas y hasta productos dudosos.
Pero llegó la crisis inmobiliaria, algunos dicen que provocada por aquellos a los que les molestaba tanto paralelismo social. Se dejaron de construir viviendas y todos los que trabajaban en el sector de la construcción se quedaron sin trabajo. Los que se habían endeudado no pudieron pagar los recibos y tuvieron que negociar con el banco para refinanciarlos, con la esperanza de que el año siguiente fuera mejor. Pero llegó el año siguiente y el resto de los sectores económicos fueron cayendo uno tras otro, como fichas de dominó.
Se reunieron en el ayuntamiento las fuerzas vivas, y el banquero confesó que no había fondos para devolver el dinero a los depositarios y mucho menos para amortizar los créditos que éste a su vez había adquirido con entidades mayores. Algunos concejales propusieron una moratoria, con un poco de paciencia las aguas volverían a su cauce y en los próximos ejercicios se podrían regularizar las cuentas. Pero el banquero se negó en rotundo y amenazó con cerrar definitivamente si no recibía ayudas del municipio.
En el pleno siguiente decidieron subir impuestos y recortar gastos para reunir el importe y rescatar al banco. En poco tiempo la entidad financiera recapitalizó sus arcas y saneó sus balances, pero, en vez de renegociar de nuevo los préstamos, reclamó judicialmente a los deudores y muchos de los vecinos fueron desahuciados de sus casas.
El hospital se vendió a una empresa privada y los servicios sanitarios que antes eran gratuitos, dejaron de serlo. Los trabajadores de las cooperativas se quedaron en el paro, los pequeños talleres cerraron por falta de pedidos y los comercios bajaron sus puertas al perder la clientela.
El banquero se retiró con una pensión millonaria y los accionistas, con el dinero del pueblo, montaron otras entidades en la capital donde continuaron enriqueciéndose sin que nadie les pidiese explicaciones.
Hace poco los vecinos se manifestaron delante del ayuntamiento pidiendo soluciones y que se depurasen responsabilidades, pero el alcalde llamó a la guardia civil y fueron dispersados por la fuerza con el resultado de varios heridos y alguna que otra detención. Por su parte el consistorio ha vuelto a aumentarse el sueldo y siguen manteniendo las prerrogativas que su cargo implica.