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En la pared, detrás del mostrador había fotografías y estampas de santos, de curas y monjas milagrosas, y en el centro un crucifijo de madera negra que David había quitado entre suspiros y lágrimas del ataúd de su madre; y un poco más abajo en una hornacina forrada de terciopelo granate una imagen de la Virgen del Carmen, un candelabro de seis velas encendidas se retorcía; debajo del candelabro un libro que, por las luces de las velas, parecía blando como una medusa malsana.

Un día provocarás un incendio en la tienda con esa manía que tienes de poner libros debajo de las velas.

Las imágenes, las velas y David, se indignaron a la vez y la mano derecha del librero, empezó a moverse a ritmo de tic-tac, golpeando con sus uñas pintadas compulsivamente hasta que su voz golpeó en el aire diciendo:

Son, «Las confesiones de una máscara» de mi querido japonés Yukio Mishima, hoy es el aniversario de su muerte y sabes que es mi manera de hacerles su homenaje a mis escritores favoritos fallecidos y quiero invitarte este fin de semana a la casa rural CASA COLOMBA para relajarnos y poder leerte éste libro.

David, se congratulaba de su respuesta e invitación a Berta, porque tenía el sentimiento y satisfacción de haber cumplido con su deber.