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TELENO

Relato 8

 

La montaña los miraba desafiante.  Eran caminantes maragatos. Arrieros.

Solo pensaban en llegar a la Asturica. Amalio se casaba el viernes y sabía que Clorinda esperaba ansiosa ese momento. Regresaban contentos de sus mercadeos y las mulas bajaban ligeras y alegres.

Amalio sin embargo se sentía intranquilo.

No sabía muy bien porqué – “anda mozo que con esto del casorio andas más despistao que una mula miope” – le había dicho el Celestino

Pero no, no era el casorio. Era esa tormenta que no cesaba y el desafío del Teleno. Siempre había querido, necesitado quizás, subir a sus cumbres. Siempre había sentido esa inquietud cuando miraba al monte. Desde qué, de muchacho, acompañaba a su padre por las escabrosas tierras de la Somoza y más allá.

En los últimos viajes, la inquietud se había convertido en obsesión.

“…tengo que subir a ese monte”, le había dicho una vez a Clorinda” …subiremos juntos”- le respondió zalamera ella.

-No. Subiré solo. Tengo que subir solo. Hay algo allí que tengo que aprender. Lo sé.

Regresaban entre cortinas de aguanieve y furia ventosa. Tenía que ser ahora.

Dio el ramal al Celestino y a voces, entre el sonido del viento y la fuerza del agua, indicando al Teleno, le dijo…” Volveré, que no se enteré mi padre” “¿Pero qué…?” y le vio dejar el sendero para trepar los riscos como un mono perseguido ¿Pero qué…?”

La lluvia deshizo pronto las alpargatas. El muchacho se las quitó y siguió hacia arriba sin ningún tipo de duda. Desde allí veía la recua avanzar entre las sombras envueltas en capotes de los hombres. En cuatro horas estarían en casa y él, con suerte, también. Ningún arriero, excepto su padre, le echaría en falta, pero su padre iba muy atrás y no le daría tiempo a percatarse de su falta.

El Teleno rugía con toda su fuerza. Con pequeños desprendimientos aquí y allá se sacudía de picores antiguos y amenazaba con derrumbar su apostura en uno de esos desperezamientos. Pero el muchacho ascendía aún ciegos los ojos por la lluvia, era como si una soga imantada tirara de él en una ascensión desesperada.

 

Apareció en Lucillo a los dos días, después de que su madre sufriera la agonía y el desconcierto de una desaparición eterna. Después de que su padre y otros hombres subieran a los montes una y otra vez con la esperanza en sus pasos y regresaran con el fracaso en la mirada.

 

Amalio parecía transformado, simplemente les dijo a todos, entre ellos a Clorinda, que se iba, ¿Adónde?, preguntaron. “…No sé, pero creo que muy lejos de aquí”.