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El tren, procedente de Madrid, estaciona en Oviedo; la noche era ya de color oscuro y él, mi padre, nos estaba esperando; la llegada fue oportuna, la lluvia arreciaba por momentos, con mayor y menor intensidad; tardamos unos minutos en encontrar un taxi, necesitado por el equipaje, que era bastante, para ser transportado por los que allí estábamos, teniendo en cuenta que una niña de un año debe ser transportada en brazos, y una niña de diez años no tenía fuerza suficiente, por el peso que había de soportarse en unos doscientos metros, hasta la salida del autobús. Conseguido el taxi a los veinticinco minutos, puesto que la circulación era movida, había fiestas en Oviedo, llegamos a la casa de mis padres y, ocasionalmente, aunque se hace largo, a la mía. Cuarenta y cuatro horas de trabajo, a partir del lunes, han sido la fiera cruel; son las que recuerdo con reciente y profunda violación de mi ser trastornado, por la idea de la esclavitud sin cadenas físicas. Cuarenta y cuatro horas de enojosa estancia, en esa fábrica de oscuras sombras y pérdida de vida vivida, a gusto del que consume su existencia. Recuerdo el ayer de hace horas, en el intermedio, entre dos luces sombrías, adaptadas y algo felices e infelices, el mecanismo de mi cuerpo, agitado sin palpitaciones, imparable, intemporal y aciago. Hoy, aquí, he vuelto a ver la proximidad del viaje puramente eterno de unos ojos cuasi fantasmas, sin reposo, hacía el extremo de lo que ya no es vivido en el conocimiento terreno, de las cosas de rutinario instante. Y va a irse desde esa cama hospitalaria, desde donde las flores y los árboles que conforman el bosque que rodea, sólo puede vislumbrarse a través del reflejo del crudo y algo borroso recuerdo de la mente…. Y el deseo de la materialización del estado natural de la selva, cercana ya la muerte…  de nuestra mente, de su mente natural, al final de cada momento vivido, en el final de los últimos secretos y manifestados alaridos; la visión de una flor o varias, de un árbol o varios, hojas multiformes, preñadas fundamentalmente de ese verde, como caricia y colorido de virtud, de esta tierra donde pasó, soñando, durante más de veinte años de comidas y sangrientas reflexiones y turbulentas sensaciones.

 

II

 

Siento un frío nada natural, si en cuenta tenemos el fogoso tiempo del exterior. El Coñac, buen coñac, me ha puesto en condiciones de introspección medianamente agudas. Debo respirar el descanso de estos días. Escucho el silbido de pájaro de un ser Humano.

 

III

 

Después del correspondiente funeral y entierro, sentí la necesidad de descansar con mi más cercana gente, y pensé en una casa rural, aire puro y calma reflexiva, y nos fuimos unos días a Casa Colomba en Santa Colomba de Somoza, en la provincia de León.

 

IV

 

Y desde entonces, todos los años, para desconectar de la rutina diaria, sigo yendo dos veces al año a Casa Colomba y de allí salgo siempre con un poema, un relato rural en mi mente y en la maleta.