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(Fuera de concurso)
Tengo en la mesa los recortes del Faro, ya amarillentos, de aquellos días de hace cuarenta años. Asertan que los fenómenos empezaron el jueves 2 de julio, pero sé que fue el miércoles día 1, porque yo estuve allí esa noche de cielos despejados. Además, sé que fui el primero en escuchar el pasacalle, aunque otros vecinos de Santa Colomba aseguren que fueran ellos.
A las cuatro y media de la madrugada en Santa Colomba de Somoza, se escucharon tamboril, flauta y castañuelas tocados por la calle y acompañados de los ladridos de los perros de la vecindad. Los vecinos, los que se despertaron, tardaron unos minutos en darse cuenta que algo extraño estaba ocurriendo, ya que Santa Colomba no estaba en fiestas. Los más curiosos se asomaron a la ventana y algunos hasta salieron a la puerta de casa para investigar la procedencia de aquella música, pero para su asombro, no había nadie en la calle. Pero la música seguía sonando, acercándose o alejándose de ellos según la parte del pueblo donde vivían. Algunos volvieron a la cama intrigados, otros asustados, y no consiguieron dormirse hasta que la fantasmagórica música dejó de sonar.
La mañana siguiente, en la cola para comprar pan, en la espera de la consulta médica y, sobre todo, en los bares, todos hablaban del tema.
-Fue a las cuatro, estaba yo…
-¿Cómo que a las cuatro? A las cuatro y veintitrés, que miré el reloj.
-Mi marido dice que siguió toda la noche.
-Si tu marido está más sordo que esa tapia.
-Yo no lo escuché, pero seguro que era la radio de un coche.
-No pasó ningún coche.
Ya por la tarde, después de cenar, algunos vecinos que estaban en el bar se envalentonaron y decidieron pasear por las calles toda la noche por si los fenómenos se repetían. Llevaban garrotes “por si acaso nos encontramos con algo malo”, y también unas petacas “por si acaso”.
Pero la música sonó de nuevo a las cuatro y media, y los bravucones, con las petacas vacías, volvieron corriendo a sus casas. Durante cinco noches, la música sonó aterrando al pueblo. Y de repente, dejó de sonar.
Sé que fui el primero en escuchar el pasacalles, por mucho que otros vecinos de Santa Colomba aseguren que fueran ellos. Lo sé porque fui yo quien escondió los radiocasetes por todo el pueblo. Así es como nacen las leyendas.