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A lo largo, ancho y hondo de los años, los humanos han hecho pequeños aportes al conocimiento universal. Estas contribuciones han llevado al saber a su más grande conclusión: ya no hay nada nuevo. Y no porque todo haya sido inventado, sino porque todo se repite.

La Estadística, la ciencia más respetada por la civilización conscientemente cíclica, saltando por las cabezas de centenares de estudiosos, ha podido desviar esto a la realidad: un larguísimo Informe, del que todo el mundo conoce sólo la primera página ─pues es la más importante─ establece los períodos en los que tarda en nacer, o prepararse desde la muerte o desde el polvo cósmico, un humano notable.

Así, el Informe, ya milenario, establece que cada treinta años nace un buen abogado; cada setenta, un gran empresario; cada cien, un preciso médico; cada ciento treinta y tres, un buen político y un líder revolucionario; cada ciento cincuenta un gran poeta y un importante filósofo; cada doscientos diez un gran pintor y un gran músico; y cada doscientos sesenta un visionario ingeniero.

Es un gran acontecimiento, todavía, el día en el que se cumple una de estas fechas. Todos los años, nueve meses antes ─algunas ocho, siete o incluso seis─, las parejas intentan encajar a su primogénito en la presencia de un personaje notable. Así, todos tienen una suerte de calendario y línea de tiempo, que marca únicamente las fechas exactas en las que el mundo verá nacer al gran poeta o al preciso médico. Estos calendarios sin nombre suelen pasar de generación en generación: los cálculos nunca han necesitado una revisión.

De este modo, a veces acontece que varias fechas coinciden y estos bebés con destino nacen incluso de la misma madre. El caso más increíble ha sido el de los cuatrillizos Colomba: un pintor, una cirujana, una presidente y un empresario, hijos naturales de Alfonsina y Martín.

Lo que aún no se ha podido predecir es en qué lugar nacerá cada personaje: sólo circulan ciertas creencias ─aunque ninguna actualización del Informe lo ha corroborado─, que establecen, a saber, que los ingenieros nacen más en otoño, que los filósofos se dan sólo en el hemisferio norte, o que los músicos prefieren crecer en lugares de relieve tranquilo.

Sin embargo, el hecho de que se conozcan estos datos y sea universalmente verídica su dogma, no significa que el mundo no conozca nacimientos en fechas insípidas, ni que esté condenada a la angustia y el lamento la vida de aquellos dados a luz en épocas tenues. No es el destino lo que busca todo el mundo.

Igualmente, hay una sola fecha capaz de opacar al gran músico y empresario, al visionario ingeniero o a los cuatrillizos de la memorable Casa Colomba: la que se da cada cien mil trescientos dos años.

No se conservan registros, libros ni testimonios, de por qué es tan importante este personaje, pero no cabe duda alguna del valor inconmensurable que en sí aguarda; el valor de una cosa está inversamente conectado a la facilidad con que se consigue o se logra, daba en el clavo uno de los primeros filósofos.

Hace nueve, siete, cinco y hasta cuatro meses, las parejas han comprado un número de la lotería mundial más importante. Hoy se sienten patadas en el occidente y gritos en el oriente, un taxi corre por una lejana estancia, y en una acolchonada sala de hospital nacen por parto natural, o cesárea, bebés que prometieron ser como aquel por el que se conoce el año uno.