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CANTÉ

Relato 3

Paré el coche. O el coche se paró. A mi derecha, en lontananza, se extendía una llanura seca y sin embargo atrayente. En mi ruta desde León había visto ríos que corrían paralelos a la carretera y árboles espaciados que, con buena voluntad, podían calificarse de alamedas. Llevaba un rato conduciendo por terreno árido. Al descender del vehículo los poros de la tierra desprendían efluvios de gestas y misterios de civilizaciones remotas, que no perdidas: Celtas, astures, bereberes… El monte Teleno, el Picu Talenu, me miraba desde su altura.

Elegí el camino de la izquierda, por el que recorrí calles empedradas y empinadas de tortuoso trazado, entre balcones de macetas floreadas, carteles de corte medieval con blasones, y farolillos en las esquinas que antes apagaba el farolero con su chuzo.  El contacto de mis pies con el suelo provocaba un soniquete que el eco de la austera piedra de muros centenarios y severos devolvía.  Una ventana enrejada me chistó. O yo le chisté a ella. Creí ver a una mujer tras las rejas. O ella creyó verme a mí. Me acerqué. Se acercó.

Antes de la parada iba camino de Luyego de Somoza para reunirme con mi ex. Un mes antes habíamos acordado darnos un tiempo. Nuestra relación se había estancado y decidimos que una separación nos vendría bien. A los dos días ya lo lamentaba. Le rogué que nos viéramos. Accedió tras vacilar, después que mi insistencia venciese su reserva.

Amaba a Sara. Quería volver con ella a toda costa. Sólo el hecho de considerar que quisiera romper definitivamente me rompía por dentro.

—Canta —dijo una voz de mujer tras tres rejas que a mitad de su verticalidad forman un cuadrado.

Canté Hello. Nuestra canción. Con ella nos conocimos Sara y yo en un albergue de Rabanal del Camino. Me olvidé de la entonación que le daba Lionel Richie. Mi quebrado timbre partía de mi anhelante interior.

—Has cantado con el corazón. Lo lograrás.

La voz de mujer enmudeció. Una contraventana se cerró resaltando la solidez de los barrotes.

Quedé inmóvil. O el silencio me paralizó. El tiempo se detuvo. O yo detuve el tiempo.

Un hombre de mediana edad y ataviado con un chaleco abotonado salió de un restaurante acariciándose el estómago con la mano.

—Amigo, si quiere saborear un cocido maragato de primera entre ahí. —Señaló una puerta de madera.

El tipo era campechano, así que le pregunté:

—Usted es de aquí. Dígame, ¿conoce alguna leyenda que pida cantar para conseguir un deseo?

—Amigo, las leyendas se crean. Si usted cree en el poder de la canción conseguirá lo que desea.

Sonreí y volví al coche, seguro de que Sara y yo, al igual que Teleno, antes Teutates, teníamos una larga historia por delante.