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Caía la tarde y Carmen paseando lentamente suspiró dejando que el aire que contenía su pecho saliera. Las cosas habían cambiado, ya no necesitaba exhalar el aire a borbotones.

Apenas recordaba el comienzo de esta historia en la que Carlos se comía el mundo, su mundo y el de ella, en la que era un rey para sí mismo, y para Carmen, hasta que las cosas cambiaron y el rey, seguía siendo el rey, y ella, de ser una princesa había pasado a ser una cenicienta callada y asustada.

Él la ignoraba en sus observaciones y ella dejó de observar, la ignoraba en sus palabras y dejó de hablar, y llegó el día que Carlos la ignoraba en su vida y ella dejó de vivir, dejó de vivir, aunque continuaba respirando. Tantas veces le había redimido de sus bruscas formas y sus malas contestaciones, que pensó que simplemente ésta sería otra vez más en la que se había excedido y le pediría perdón, y ella le perdonaría. Pero algo se le había roto por dentro y ese día dejó de saber perdonar.

Dando el paseo se encontró con María, su antigua compañera de pupitre en la escuela.

Ésta le arrastró hasta un bar para estar un rato juntas y rescatar recuerdos perdidos en el arcón del tiempo. Carmen no quería ir, pero llevaba tanto tiempo sin decir no, que no sé supo negar y el tiempo transcurrió; rememoraron las hazañas de aquellas niñas hoy convertidas en mujeres.

María quería saberlo todo. Estaba deseando escuchar lo sucedido en ese montón de años transcurridos sin saber la una de la otra. A trompicones, entre risas y gestos fue contando su recorrido y luego la tocó el turno a Carmen, que triste y apática fue desgranando, cuenta a cuenta, el rosario de su existencia en esos años. Fue al oírse en voz alta, al escuchar la radiografía de todos esos hechos, cuando Carmen oyó nítidamente la voz de una desconocida que relataba, cómo sin levantar una mano, un hombre había podido dar en su línea de flotación y hundirla hasta llegar al punto en el que hoy se encontraba y en el que no reconocía quién era ella.

María, expectante, escucha sin interrumpir esa confesión en voz alta, que se correspondía con una vida, la vida de una mujer que al querer a un hombre había dejado de quererse a sí misma.

De este encuentro casual ya ha pasado un tiempo y Carmen, ahora dueña de su vida, ha dejado de ser una sombra para volver a ser la mujer valiente y decidida que fue y ha convertido en realidad su sueño; La Casa Colomba, el antiguo pajar de familia, que como ella ha tenido una nueva oportunidad. Ambos han vuelto juntos a la vida. Ahora, entre sus muros de piedra y sus robustas maderas, Carmen se ha fortalecido. Vivir frente al monte, rodeada de árboles, se ha llenado de color, luz y de calma. Aunque ha pagado caro el peaje de transitar libre por la autopista de su propia vida, lucha por reconquistar un territorio personal que jamás debió ceder a nadie. Ahora Carmen en Casa Colomba es

SUYA, SUYA NADA MAS.