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Era una mañana fría, pero la cama estaba desarreglada y la casa estaba vacía. Entonces alguien abrió la puerta, un joven con sudor en su frente y una camisa colgándole del pantalón entró en total silencio al apartamento y se acostó a dormir; aunque sus movimientos eran los de alguien normal, gemía de dolor y su rostro mostraba desagrado, se cuestionaba cómo es que lograba dormir en ese estado.

A las siete de la tarde recibió una llamada de la bodega a la que llamaban Casa Colomba; el lugar era una bodega abandonada en la que se realizaban peleas callejeras y en la que lo conocían como Tai. Tenía que presentarse en una hora para una pelea por el título de ‘rey de la pista’; no podía negarse, esa era su única fuente de ingresos y tampoco podía perder porque entonces, no le quedaría nada.

Tomó un baño, se cambió de ropa, se sentó en la cama, cerró los ojos y se concentró en el silencio de la casa. Estuvo allí por más de diez minutos. Cuando abrió los ojos le quedaban diez minutos antes de su pelea, pero no se apresuró; salió de casa de forma tan silenciosa como había entrado en la mañana. Una vez en la calle, Tai empezó a correr hacia Casa Colomba, normalmente a media hora de distancia, para él sólo serían diez minutos.

Cuando llegó a la bodega, tuvo que entrar por una puerta trasera que daba a un callejón donde un vagabundo era el único que se molestaba en saludarlo, aunque él no hiciera lo mismo. Cerró la puerta detrás de sí y se dirigió directamente al cuadrilátero; al igual que él, se hizo el anuncio de la pelea de inmediato y entró su contrincante a escena. Al ver a su rival, Tai supo que no podría recibir más que un par de golpes de la persona que tenía en frente; un hombre un par de centímetros más alto que Tai, pero con una masa corporal muy superior a la de él. Viendo la mirada de su rival y, aunque prejuicioso, Tai concluyó que mentalmente tenía ganada la batalla; podía ver el hambre de victoria y la ira que le transmitían su rival, y percibía cómo lentamente la sed de sangre del lugar nublaba el juicio del novato frente a él.

Teniendo en cuenta que su rival no se presentó ante él, Tai tampoco lo hizo, sin mencionar que aun así no lo hubiera hecho. Se preparó. Exhaló por la boca e inhaló tranquilamente por la nariz. Movió un poco los brazos, alineó los codos y muñecas de forma vertical y se cubrió el rostro. Su rival tomó una postura similar, pero con una diferencia crucial, sus codos estaban muy separados entre ellos. No estaba listo para la situación. Sonó la campana.

De inmediato, Tai tensionó sus piernas; mientras veía cómo su rival cargaba contra él, se agachó para evadir el gancho derecho del rival, dio un giro hacia la izquierda y le asestó un gancho en el costado del pecho; aunque, notoriamente, más débil que su rival el golpe fue certero y logró que este se retorciera un poco. Sorprendido por la velocidad de Tai, su rival le tendió una trampa, hizo exactamente el mismo movimiento que la primera vez, pero esta ocasión giro junto con Tai y logró lanzarlo al piso impactándole el rostro. Tai se levantó con la cara llena de sangre del lado derecho. Su mirada cambió al punto que su rival dudo un momento de quien tenía al frente. Exhaló por la boca mientras se cubría el rostro llenó de sangre. Inhaló por la nariz ferozmente. Tai atacó. Un golpe directo en el estómago que lo inclinó hacia adelante, seguido de un gancho izquierdo en el rostro que lo levantó de nuevo, y un golpe en el plexo solar, a apenas unos milímetros del corazón. El rival de Tai terminó en el piso. Tai salió por la puerta trasera y cayó al piso. Su cuerpo no respondía después de la pelea, pero agradeció que ese día hubiera terminado.