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Un sonoro vozarrón se alzó sobre el caos reinante, mezcla de polvo, gritos, sangre y olor a panceta requemada –Mi capitán venga para acá, el costalero ya volvió en sí- El capitán Ramírez, hombre de recias maneras e irregular figura, exhibía al mundo sus ciento sesenta y cinco centímetros de legionario, mientras caminaba con paso firme y marcial hacía la zona de atención médica. El sudor chorreaba desde la frente hasta su poblado bigote.

-A ver usted, el del Madrid- le dijo al joven que presionaba un trapo con hielo contra un escandaloso hematoma en su cuello – ¿me puede empezar explicando por qué salió con esa facha en la procesión?

-Mire comandante, yo había hecho la promesa a la Virgen de que si el Madrid ganaba la Champions la llevaba a hombros este año; como faltaban costaleros, me aceptaron encantados. Lo que no sabía es que mi hermano había prometido lo mismo si el Atleti ganaba la liga. El problema apareció al no llegar nuestras túnicas a tiempo, ya que, como ninguno de los dos estaba dispuesto a fallar en su promesa a la Virgen, el resto tuvo que aceptar que fuésemos así vestidos. Lo peor fue que como el gañán de mi hermano no tenía la camiseta, se colocó el chándal rojo del Atleti, ahí, a pasar calor, hay que ser gilipollas.

Y no sabría decirle cómo empezó todo mi comandante, creo que fueron varias cosas; al vernos salir así de la iglesia, los vecinos se pusieron a insultar a un equipo u otro cabreadísimos. Por lo que cuentan algunos las voces alertaron al Eustaquio, el vaquero, que fue a ver qué pasaba y se dejó mal cerrados los goznes de las traseras, escapándose varias vacas y dos cabestros que bajaron escopetaos por la calle de la Casa Colomba. Los de la banda debieron atraer a los animales con la música, y claro, lo último que esperaba mi hermano, en pleno esfuerzo por cargar con la virgen a pulso era tener que hacer cortes al cabestro, que se abalanzó sobre él. ¡Jodido chándal rojo! ¡A ver cómo le explico la cornada a mi madre, que está en un viaje del IMSERSO a Benidorm! Gracias a Dios que intervinieron ustedes, sino el maldito bicho lo mata a cornadas. Lo que pasó después a mí ya me pilló inconsciente porque se me cayó la virgen encima.

Al ver que no iba a lograr más información sobre el posterior tiroteo de aquel desgraciado, el capitán se alejó cabreado. Tenía claro por qué habían disparado ellos, pero no lograba averiguar quién comenzó a disparar en sentido contrario, convirtiendo aquel pueblo de Castilla en una batalla campal. Y lo que realmente le carcomía era que aquel lío, que había comenzado como una trifulca futbolera de cuatro paletos, le había costado aquello que más quería. Había arrancado de su lado, a su más fiel camarada, su alférez de confianza, la cabra Blanquita. Y lo peor de todo era que, con lo madridista que era él, su nívea cabra ahora sería eternamente rojiblanca.