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Todo empezó cuando la tía Angustias sacaba del frigo la bandeja con el embutido. Mi tío Chuchi le gritó que faltaba un huevo “helado” o algo así (no estoy seguro, porque pronunciaba raro). Yo pensé que se confundía, porque aún no habíamos llegado al postre, así que era imposible que hubiera que sacar un helado de huevo con los entremeses. Al poco oímos un ruido como de platos rotos y un chillido de película de miedo, de esas que no me deja ver mamá, porque dice que luego tengo pesadillas (aunque yo creo que a la que le da miedo es a ella). Era mi tía Angustias, claro, porque los demás estábamos en el salón, sentados a la mesa y comiendo canapés. A mí los canapés es lo que más me gusta de la Nochebuena, porque estoy con mamá toda la tarde ayudándole a hacerlos, y ella dice que se me da muy bien, que si sigo así me va a apuntar a “Master chef junior”, a ver si gano y la saco de la miseria y por fin deja de limpiar escaleras. A mí como que me da igual, lo de cocinar, digo. Preferiría jugar al fútbol con mis primos, pero mi tía Angustias los tiene estudiando toda la tarde, porque dice que, aunque sean vacaciones, tienen que estudiar para ser hombres de provecho el día de mañana. Yo espero que el día de mañana llegue pronto para que podamos jugar al fútbol en el pueblo junto a la “Casa Colomba”, como todos los veranos.

El caso es que mi tía Espe y su novio australiano se levantaron de un salto y fueron corriendo hacia la cocina a ver qué pasaba. Bueno, el australiano se levantó porque vio a mi tía levantarse, porque de español el pobre no entiende ni papa, y por eso siempre van juntos a todas partes. Se conocieron en un viaje de esos que se hacen en barco y vas parando en muchos sitios. Yo cuando sea mayor también quiero hacer eso, irme de viaje en barco y conocer muchos sitios y a gente australiana y brasileña. Sobre todo, brasileña, porque tienen el mejor equipo de fútbol. Aunque mamá dice que me quite esa idea de la cabeza, que como no me haga futbolista famoso o gane “Master chef junior”, que nanai de viajar, y menos a Australia, que debe estar muy lejos, como en las Antípodas. Cuando estaba papá fuimos una vez en tren a Santander, que no está tan lejos como las Antípodas y me lo pasé muy bien. Me gustó mucho ver el mar y jugar con la arena. Aunque ellos estaban todo el rato discutiendo. Pero mamá ahora nunca tiene tiempo de ir de vacaciones, siempre está trabajando. Yo pienso que no quiere viajar porque no sabe inglés y cuando habla con el australiano le llama “James”, en vez de “Yeims”. A mí me da un poco de vergüenza oírla, la verdad, pero no se lo digo para que no se disguste, que luego se pone a llorar y me castiga sin ver la tele. Mi tía Angustias seguía gritando:

“¡¡¡Ya estás como siempre, exigiendo, exigiendo…pero tú no mueves un dedo…ni uno… más que para empinar el codo!!! ¡¡¡Cuándo se me llevará el señor!!!¿¡Cuándo!?” Yo no entendía nada, la verdad… hablaba con mi tío Chuchi, pero si dice que no mueve un dedo… ¿cómo es que sí mueve el codo? ¿Y qué señor quiere que se la lleve? De repente me entró miedo, porque me imaginé un papá Noel gigante, metiendo en su saco a mi tía Angustias y la bandeja de embutidos, y saliendo por la ventana de un salto. Porque aquí no es como en América, que tienen chimeneas. Aquí papá Noel entra por la ventana, trepando por la pared, como Spiderman, que es mi superhéroe favorito. Siempre he soñado que Spiderman nos traería de vuelta a papá y todo sería como antes.

El caso es que aquí en España se cuelgan adornos de papá Noel que trepa por la ventana. Pero cuando le dije a mamá que por qué no podía poner a Spiderman en nuestra ventana, se quedó callada y puso los ojos en blanco. Como cuando oyó gritar a la tía Angustias.

De repente todo fue muy rápido. La tía Angustias no paraba de sangrar, y el tío Chuchi salió de la cocina haciendo eses y mientras se dirigía a la calle, mamá le gritó que, si otra vez se iba a tender el bulto, o a escurrirlo, no me acuerdo bien. Luego mamá me besó en la frente y me frotó mucho la cabeza mientras me decía que la tía Angustias era hemofílica y había riesgos. Pero que no me preocupara, que enseguida volverían del hospital. Me asomé a la ventana al oír la sirena de la ambulancia que se acercaba, y me di cuenta de que estaba nevando. Menos mal que Spiderman no estaba en mi balcón, porque con la nieve seguramente se habría resbalado.