Seleccionar página

Querido compañero:

Hoy después de tanto tiempo, por fin caí en la cuenta. Observé mis arrugadas manos como el que lee su propia biografía. El libro de mi vida tiene en las tapas una fina capa de piel llena de surcos. Las líneas de toda una existencia como un laberinto de caminos inexplicables. Estas manos temblorosas que te escriben son las mismas que se aferraron con fuerza al pecho de mi madre, que peinaron mis cabellos rebeldes, que escribieron una novela atormentada… Las mismas que acariciaron tus cabellos en la cama de “Casa Colomba” para hacerte despertar y se fundieron con las tuyas para atravesar el sendero de la vida.

Y mientras duermes suelo abrir el baúl de la memoria, extraigo un par de retales, examino su grosor y remiendo los rotos con mi imaginación hasta recomponer nuestra biografía. Una hermosa tela de vivos colores con la que envolveré mi cuerpo menudo a modo de mortaja.

Hoy, en mi dedo meñique, encontré atado un extraño hilo rojo. Tiré de él con fuerza, pero la bobina estaba encerrada en mi corazón. El hilo era grueso y resistente. Colgaba de mi dedo como un apéndice imposible de cortar. Y fui tirando de él para encontrar el otro extremo.

Y lo he entendido ahora que sólo me quedan un par de suspiros por delante: el otro extremo está en tu mano. Comprendo que nuestra historia es completamente indiferente al tiempo y al espacio. Que no importa que haya mil vidas o sólo este boceto. Tampoco la distancia o las dificultades. Somos dos piezas de un mismo puzle que se necesitan para respirar. Sístole y diástole. Este hilo rojo nos une desde siempre y estábamos predestinados a encontrarnos. A rellenar con ingenio los actos de nuestra obra y mirar siempre en la misma dirección. Construyendo paraísos con lo que otros consideraban basura. Quizá tenga fortuna y me regalen otra vida en la que pueda conocerte con más detenimiento. Y entonces no perderé ni un segundo en frivolidades. Te amaré a manos rotas, para cuando las Parcas vengan a buscarme no quede ni un pedazo de nada para ellas.

Observo mi mano y sonrío con la certeza de que cuando el reloj se pare, cuando el tiempo sea un vacío, este hilo que nos une se irá enredando, sigiloso, hasta crear un ovillo de eternidad.