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Parece que fue ayer pero ya ha pasado una década desde aquel fin de semana en Santa Colomba que cambió mi vida para siempre. Lo que empezó como un par de días de reunión de amigas se convirtió en un antes y un después, un precioso capítulo en la historia de una vida que todavía continúo escribiendo y en la que estoy segura que faltan muchas preciosas páginas por llenar ligadas a las tierras de la Maragatería.

Nunca olvidaré aquel viernes y nuestra llegada a la Casa Colomba, una preciosa y acogedora casita rural que nos dejó a todas impactadas por su belleza y su sencillez. Sus muros fueron silenciosos testigos del vuelco que dio mi corazón al conocer al que es y será siempre el amor de mi vida. Al entrar al gran salón de la casa allí estaba él, vestido con una camiseta negra con letras rosas en las que se podía leer en inglés “Si me quieres, págame”. Aquello me hizo soltar una pequeña risita nerviosa. Había oído hablar mucho y muy bien de él y tras una presentación tímida y temblorosa por mi parte, durante la que noté que mis mejillas empezaban a sonrojarse, las horas fueron transcurriendo entre risas y conversaciones entre dos personas que parecían conocerse desde siempre.

Pero no todo era tan sencillo. No todo es como lo pintan en los cuentos de hadas. Los sentimientos fluían entre ambos, pero mi situación sentimental en ese momento, con una relación llena de altibajos que ya duraba más de seis años, me impedía dejarme llevar. Sabía que lo que estaba sintiendo iba a dar al traste con ese noviazgo adolescente en el que me veía atrapada. Y así fue. Tras un fin de semana inolvidable de risas y confidencias, llegó el momento de despedirme de la persona que había despertado en mí sentimientos hasta entonces olvidados. Dos tímidos besos en la mejilla y un hasta pronto fueron nuestra única despedida y mi vuelta a Madrid estuvo llena de lágrimas y dudas, muchas dudas. No tenía ni idea de lo que él podía sentir por mí y ni siquiera habíamos intercambiado los teléfonos y, aunque siempre creí que ese “romance” veraniego no llegaría a ningún sitio y quedaría para siempre encerrado tras los muros de la Casa Colomba, tomé la difícil de decisión de ser fiel a mí misma y a mis sentimientos poniendo punto y final a la relación que me ataba.

Pocos días después, mientras estaba inmersa en la vorágine de tener que aguantar los interrogatorios de familiares y amigos en busca de los motivos de mi ruptura, recibí un mensaje en mi teléfono de un número que no conocía. Era él. Se había tomado la molestia de averiguar mi teléfono a través de la amiga común que nos presentó, que se ganaría el apodo de Celestina desde aquel momento. El corazón me latía tan fuerte que parecía que se iba a escapar de mi pecho. No podía creer lo que me estaba pasando, no podía imaginar que lo que yo sentía podía ser correspondido. A partir de aquel de momento empezaron las conversaciones cómplices e interminables por teléfono que darían paso poco después a una relación a distancia repleta de viajes en AVE desde Madrid a Zaragoza, donde él residía.

El tiempo pasaba, la relación se afianzaba y el amor, ese amor nacido en el verano del 2006 en Santa Colomba, fue creciendo hasta el día de hoy en el que casada y con precioso niño que ha completado aún más mi vida echo la vista atrás y sigo dando gracias por haber conocido al hombre de mi vida en pleno corazón de la Maragatería.